La política en la sociedad del espectáculo

 

Por: Kevin Tarud

 

         Una de las características más representativas del quehacer político de los últimos tiempos, es la preocupación de los gobernantes y parlamentarios del mundo por acaparar cámaras, y obtener el beneplácito de los medios de comunicación. Si bien es cierto existe una relación consustancial entre política y espectáculo – que pasaremos a analizar más adelante – en el escenario contemporáneo ésta se ve mediada por la presencia de medios que difieren el discurso y, asimismo, que responden a intereses privados, atingentes a un sector reducido de la sociedad civil: la burguesía.

Como se ve en los diálogos platónicos Gorgias y Protágoras, existe una complicidad primordial entre retórica y política (aspecto que el ateniense criticó, para favorecer la dialéctica) y, por ende, entre lenguaje y la lucha por la significación del mundo. Y según un enfoque semiológico moderno, el lenguaje en sí sería espectáculo, puesto que es un sistema de codificación representacional realizado con el fin de que sea comprendido y apreciado. De esta forma, nos percatamos del vínculo ontológico existente entre espectáculo y política, el cual pasa a ser resignificado en las lógicas modernas.

En la contemporaneidad, como mencionábamos, la actividad política se juega en mayor medida en los medios de comunicación. Para el filósofo crítico Frankfurtiano Jürgen Habermas, esto supone una dialéctica negativa, puesto que a pesar de que los medios permiten la llegada del mensaje a un número consustancialmente mayor de personas, al mismo tiempo, éstos responden a lógicas y a intereses particulares, en donde las inquietudes públicas quedan supeditadas a las privadas.

Al fenómeno anteriormente descrito, Habermas lo denominó publicidad burguesa. Los medios de comunicación serían la vitrina en donde esta clase social expondría sus cosmovisiones y, así, el espacio público quedaría secuestrado según esta ideología. Esto generaría una crisis política, en tanto la ideología burguesa del capital se volvería absoluta y parte del sentido común.

La realidad anterior traicionaría los preceptos del espacio público letrado-ilustrado  – heredero de la tradición kantiana – en tanto que la ideología conduciría de vuelta al ciudadano a la llamada minoría de edad. La publicidad burguesa impediría el pensamiento crítico y la libre discusión de ideas, efectivamente eclosionando el debate público y deteriorando la calidad de la política.

Esta idea fundamental del pensamiento de Habermas, fue retomada para analizar sus potenciales consecuencias estéticas y culturales por Guy Debord. El artista de la neovanguardia conocida como la Internacional Situacionista acuñó el término de la Sociedad del Espectáculo, para referirse a la condición de la modernidad. La tesis de Debord es que el capitalismo produce una fetichización de la mercancía, en donde todos los aspectos de la existencia se banalizan, perdiéndose los sentidos de solemnidad. El espectáculo sería un fin en sí mismo, que ocultaría el profundo sinsentido de la condición posmoderna. En este escenario, el espesor de los debates públicos y políticos se confundiría con las banalidades diarias de la televisión y otros medios de comunicación, pasando a ser parte de un espectro del pastiche posmoderno.

Ante esto, surge la pregunta ¿cómo generar debates políticos en donde todos los ciudadanos se relacionen en calidad de ‘mayores de edad’? ¿Cómo reivindicar el derecho de realizar política seria en los medios de comunicación si ésta debe supeditarse a los exiguos tiempos de las rutinas periodísticas?

Para dimensionar el problema de manera más concreta, analizemos el siguiente escenario.  Según una encuesta de la universidad Diego Portales, un 68,6% de los chilenos ve televisión todos los días, con un promedio diario cercano a las tres horas. Asimismo, el porcentaje de abstención en los últimos comicios electorales de diciembre pasado alcanzó un 58%, según informa el portal infobae América. Esto nos comunica que las vías de realizar política tradicional ya no son las que monopolizan esta actividad, sino que lo que se informa en televisión o en Internet, sobre todo mediante redes sociales, puede tener efectos políticos más contundentes (la imagen y reputación de un político entran en juego) y, al mismo tiempo, ser la fuente de información más cercana cuando se trata de conocer el programa o iniciativas públicas determinadas de un personaje específico.

Ahora bien, la complejidad de este escenario se ve fuertemente reducida al amoldarse a los patrones de funcionamiento de los medios, específicamente la televisión. La actividad periodística allí desarrollada se hace siguiendo rígidas pautas fijadas por la empresa comunicativa, la que propone una estructura de preguntas tradicionales que anticipan las respuestas del político en cuestión, no dándole tampoco muchas posibilidades de explayarse, debiendo concentrar su discurso en ideas básicas, fácilmente cayendo en el cliché y el estereotipo. Es la lógica del espectáculo en donde se prioriza la imagen antes que la idea; el estilo y no la substancia.

Esta realidad puede contribuir en gran parte al enajenamiento general entre el individuo y la política, que se ha venido generando últimamente y que se expresa en los altos niveles de abstención electoral, en la popularidad de los rostros políticos más que en sus programas (caso Michelle Bachelet), y en las opciones de participación de corte contestatario y reactivas, como es el caso de las movilizaciones estudiantiles, que consideran que la política tradicional está viciada.

Quizás una vía de escape sería volver a reencantar al sujeto con la política desde la educación escolar, ya sea pública o privada, religiosa o laica. Haciéndole ver que en ésta se juegan las luchas por el sentido que diagraman la realidad toda y, por ende, de la necesidad de contar con espacios en donde ésta se cultive con la dignidad que se merece. De esta manera, la política podría ir, poco a poco, reclamando las esferas que los medios de comunicación le han quitado, para favorecer las mercancías audiovisuales que diariamente disponen en su vitrina.