Por Nicolás Llantén Quiróz – Historiador

Nuestro país, como sabemos es una República joven en comparación a otros Estados. Con poco más de 200 años de vida independiente, la forja de nuestra perspectiva como nación y cultura ha atravesado diferentes hitos, cada cual apreciado o criticado en su contexto más acorde. Sin embargo, hay algo que podemos apreciar al menos en perspectivas que nos enmarcan como característica más primigenia desde que este suelo fuera incorporado al modo de pensamiento occidental a mediados del siglo XVI: la condicionante geográfica.

Ya en los primeros tiempos de la conquista, autores como el propio Valdivia o Ercilla en su famosa “La Araucana”, reforzaban la idea de un territorio fértil, de clima bastante apacible y sobre todo, condicionado a dos notables elementos de la naturaleza. La cordillera de los Andes que nos circunda de norte a sur, así como también el Océano Pacífico, el cual también nos permite marcar  a nivel mundial, el récord de ser uno de los países de mayor longitud.

Hacia fines del siglo XIX, si bien nuestro país recién adquiría la actual fisonomía territorial, este mito geográfico de “mar y cordillera” estaba muy presente, y el presidente Balmaceda era parte de dicha perspectiva. Ahora bien, no solo tenía un sentido poético o bien meramente literario. Para el presidente, dicha geografía era prueba de un sentir que permitía visualizar características particulares en nuestro pueblo:

Las montañas abruptas y nevadas de los Andes y el Océano Pacifico, las inclemencias del polo en la región austral y los desiertos del norte, diseñan la fisonomía de una república excepcionalmente favorecida en la colectividad de los pueblos cultos. Nuestro territorio es estrecho, pero bien definido por la mano de los chilenos, y, aunque no pudiéramos vincular el porvenir de Chile en dilatadas comarcas, podemos fundarlo sin afectación en la virilidad de nuestros conciudadanos, en sus aptitudes para el trabajo, en sus fecundas industrias nativas, en su amor a las instituciones y a la paz y en la rectitud de los poderes constitucionales.

Como podemos apreciar, para Balmaceda la correspondencia entre nuestra geografía y la población de nuestro país refleja esa posibilidad concreta que poseen los países más desarrollados de su tiempo. Recalca no solo las perspectivas de explotación económica en una rica geografía (de lo cual aún podemos dar fe), sino también la correspondencia entre esas razones y las fortalezas, virtudes y deber cívico que el pueblo chileno tiene. Chile es esa geografía de la clásica “angosta faja de tierra de norte a sur”, pero también crea un lugar apto para que quiénes allí viven y disfrutan de esos dones naturales, puedan hacerlo fructificar y concebir finalmente aquel progreso y desarrollo ideal que todos los pueblos libres aspiran.

Sería injusto pensar que actualmente como chilenos no valoramos nuestra tierra, nuestra cultura, nuestra identidad. Pero, solemos pensar que dichas virtudes son razones de tipo total con la cual podemos enfrentarnos y competir con otros países. Según mi parecer, más que ver si somos mejores o peores, o apreciar meramente nuestras “ventajas comparativas” que tanto pregonan los economistas, deberíamos sentarnos a pensar y admirar de que estamos hechos, lo que somos como pueblo en la tierra y solo así podríamos ver, realmente, nuestras posibilidades de progreso. El binomio geografía-pueblo es fundamental entenderlo en la clave valorarnos, de asumir lo que somos y que, por supuesto, tenemos todo en nuestro suelo para visualizar ese camino de progreso y desarrollo que tanto anhelamos. Pensemos como hizo Balmaceda, queramos la cordillera, el mar, y su gente… ¡Queramos a Chile! y solo así podremos virar hacia ese futuro de paz y prosperidad.  

Para saber más:

  • Devés, E., Sagredo,R. (1992) Discursos de José Manuel Balmaceda. Iconografía. Santiago: Centro de investigaciones Diego Barros Arana.
  • Gaete, J.L., Lobos, M., (2016) Balmaceda siglo XXI., Santiago: Fundación Balmaceda.
  • García-Huidobro, C. (1994) José Manuel Balmaceda. Idealista y realizador. Santiago: Zig-zag.