Por el historiador Nicolás Llantén Quiróz

Una vez que las armas finalmente se acallasen en Placilla, ese 28 de agosto de 1891, se dio inicio a la más desenfrenada ansia revanchista que se había tenido nunca. La causa del gobierno, que se encontraba totalmente perdida, involucraba para cualquiera de sus seguidores la automática posibilidad de ser apresado, confiscados sus bienes y ser asesinado sin mayor complicación. El nivel de la represalia tuvo caracteres inauditos. Sin ir más lejos, en el propio campo de batalla, terminada la lucha, parecía que los sucesos que habían ocurrido en Con-Con días antes iban a ser una pequeña, pero impresionante muestra de lo que acontecería al finalizar la contienda en Placilla. Víctor J. Arellano, soldado de las fuerzas balmacedistas, lo relata cruda y vívidamente:

En aquel día memorable, ¡Valparaíso fue teatro de escenas que embargan el alma y por muchos años conmoverán los corazones de los verdaderos Patriotas! (…) Como a las dos de la tarde entraban a la ciudad los Libertadores. A esa misma hora principiaron las persecuciones contra los que no simpatizaban con la revolución. Balmacedista que se divisaba en las calles, era asesinado por las turbas armadas y por los soldados que se entregaban a todo género de depredaciones!

En Ia noche principiaron a incendiar las propiedades de los vencidos, y el saqueo, consentido por las autoridades como un botín de guerra, duró por muchos días en Valparaíso, Santiago, Talca, Concepción y otros pueblos, ascendiendo el valor de las pérdidas a muchos millones de pesos. Más de mil cadáveres se encontraron en las calles de Valparaíso la mañana del 29 de agosto, chilenos todos sacrificados a nombre de la libertad triunfante. Para asesinar no se respetó ni a los ancianos, ni a las mujeres, ni a los niños.

Tan terribles sucesos, tendrían sus ecos irremediablemente. Si bien la ansiedad por tener respuestas sobre las acciones bélicas en Placilla tenían al presidente Balmaceda en constante apelación a sus cercanos para tener noticias de la misma, sin embargo, trató de mantener su flemática solemnidad habitual sobre todo a sus familiares, con el fin de evitar permearles su estado de tensa calma interior.  Hasta que la terrible noticia llegó, y se temió lo peor. Había que buscar el modo de evitar que la escalada de muerte y destrucción que ya se cernía sobre el país tuviese mayor ímpetu. Se buscó una salida, el punto medio que pudiese evitar una mayor felonía y el presidente pensó en la figura de Baquedano, personaje que tenía un halo de brillantez que lo rodeaba producto de sus anteriores triunfos militares. Seguramente, los revolucionarios lo respetarían. Ese mismo día, a sabiendas de que lo que buscaban los alzados era hacerles pasar lo peor a sí mismo y su familia, Balmaceda entiende que él y la posesión del cargo de presidente es lo que más molesta. Procede entonces a abdicar a favor de Baquedano, le otorga el mando de las fuerzas que aún restan con el objetivo de proteger la capital, pero también con la palabra empeñada de cuidar la propia integridad del presidente y su familia. Al parecer, Baquedano habría aceptado. Al día siguiente todo se consumaría y se podrían entablar, en cierto modo, las tratativas de relativa paz… Iniciaban, los últimos días de la vida del presidente José Manuel Balmaceda. 

Para saber más:

  • Arellano, V.J. (1892) Batallas de Con Con y Placilla. Reminiscencias de un ex – terceriano. Buenos Aires, Sin editorial
  • Nabuco, J. (1914) Balmaceda. Santiago: Imprenta Universitaria
  • Rodríguez, M., E.,  (1899) Últimos días de la administración Balmaceda Santiago: Imprenta y librería del centro editorial La Prensa.