Jean Masoliver A.

Cientista político

Fundación Presidente Balmaceda

 

En momentos en que la opinión pública se comienza a convulsionar con debates que nos polarizan, es cuando se puede ver la calidad de la cultura cívica del país. En efecto, cuando uno está en un debate, si el interlocutor es un maleducado, uno acaba insultado o proferido de acusaciones que nada tienen que ver con el debate en el que uno está. Quizás eso está pasando en nuestro espacio público y nada se hace al respecto.

En primer lugar, tenemos un gobierno que no escucha ni siquiera a los suyos propios. Diputados descalificando a ex ministros de su mismo color político, a técnicos, a miembros del sector privado interesados. Los “poderosos de siempre”, apelados en el funesto video, se convertiría en un vocativo de oprobio más, entre muchos que están surgiendo desde hace meses.

En segundo lugar, observamos a actores sociales con actitud destemplada. Vemos a una CUT hablando de “calvario” en el gobierno anterior, a estudiantes cerrando la puerta a cualquier intento de solución (aunque lo de los estudiantes es algo que se viene repitiendo desde hace tiempo: basta ver lo que pasó con la comisión asesora presidencial de 2006), y otros grupos de presión que lo único que hacen es poner bajo sospecha todo.

En tercer lugar, vemos intelectuales que se suben al ambón a dictar cátedra sobre un esbozo de ingeniería social. Según ellos mismos, sólo ellos tienen razón; sólo ellos tienen la panacea para la solución los “problemas” de este país. La sociedad, como conjunto de individuos buscando su bienestar mediante acciones en su esfera privada, ya no es un sujeto apto para encontrar medios que los ayuden a salir de sus “problemas”.

Estas tres situaciones nos ponen en medio de un debate de sordos. El ciudadano de a pie se deja llevar por el que grita más fuerte, o el que tiene el video más viral en YouTube. La elección de Bachelet, aun con el fantasma de los problemas de su anterior gestión, se otra demostración de aquello. Las personas no están actuando racional y críticamente en la esfera pública, y eso se debe a una grave falta de cultura cívica que se halla en un proceso de destrucción de los cimientos de la educación para la ciudadanía en las escuelas del país.

Los actores políticos de hoy ya están manchados con esta aquiescencia de la oclocracia y el desprecio a la libertad. La pregunta que nos debemos hacer es cómo los liberales podemos poner coto a este proceso, introduciendo cultura cívica que permita a los ciudadanos desenvolverse en el espacio público con respeto y carácter constructivo. Dejo aquí la exhortación a quien desee leer estas palabras.