Por Nicolás Llantén Quiróz – Historiador
Hacia 1890, el presidente daba por inaugurado una de las obras de ingeniería más pioneras de su tiempo: el viaducto del río Malleco. Un puente de escala colosal para la época, que buscaba conectar la vía férrea. que provenía desde el centro del país con las regiones del sur, salvando un notable accidente geográfico, como era la quebrada conformada por el río Malleco, una hondonada que en su parte más profunda ronda los 70 metros.. Estamos hablando de una construcción que tuvo que elevarse a más de 100 metros de altura, para poder sopesar dicha profundidad. Sin duda una proeza que aún se recuerda y cuyo valor patrimonial fue reconocido a nivel mundial por la UNESCO en 1990.
Pero, más allá del obvio valor técnico y arquitectónico de esta obra, (que permitió unir Chile a una escala mucho más rápida que antes), he querido reparar en otro aspecto: su valor simbólico, su significado como mensaje al país y al mundo. El presidente Balmaceda, que conocía la importancia de la conexión del país y la necesidad de llevar estos proyectos a cabo, tomó como reto del Estado dicha tarea, es decir, permitir una real y concreta comunicación entre las diferentes regiones de Chile, con el objetivo claro de mostrar que todas las instituciones del naciente país y su presidente a la cabeza, miraban al futuro como un deber de todos y para todos. El viaducto significaba que el camino de progreso y desarrollo que debía permitir a Chile ser parte de las naciones del futuro, había llegado. Y el presidente Balmaceda, como baluarte de dichos anhelos, lo hacía verdad para su tiempo, pero también para las generaciones futuras:
“Tengo fe profunda en mis conciudadanos, a los cuales he consagrado todos mis esfuerzos para engrandecerlos, engrandeciendo a la República. Al inaugurar este monumento del saber y del trabajo, les doy a todos el abrazo del patriotismo. (…)
Este grandioso monumento marcará a las generaciones venideras la época en que los chilenos sacudieron su tradicional timidez y apatía y emprendieron la obra de un nuevo y sólido engrandecimiento.
Quiero, en esta hora feliz, elevar mis votos a la altura, porque los que vengan en pos de nosotros nos excedan en inteligencia, en actividad y en acierto, y sobre todo, en energía para hacer el bien y levantar aún más esta patria de nuestro corazón y nuestros hijos.”
Como se puede notar, el presidente Balmaceda lejos de pavonearse a sí mismo, a manera de ser el único constructor del futuro de Chile, prefiere mostrarse como un servidor de un país que nace, que surge poco a poco desde un pasado poco halagüeño, para indicar con este tipo de obras que el futuro del progreso, está llegando a nuestro austral territorio. La obra se entendía en su conjunto, no solo como un engranaje más de la máquina del Estado, sino también como el eslabón más señero de una cadena que debía seguir extendiéndose en el tiempo. ¿Qué podríamos decirle al presidente?, ¿le hemos fallado? Quizá la respuesta no ha de ser tan rotunda, ha habido avances. Pero, si nos juzga la historia con los parámetros que nos legó Balmaceda, quizá las casas que se inundaban hasta hace no poco, y un puente que se construyó al revés, hablan también de nuestra poca capacidad de entender que un Estado debe servir a su país, a sus conciudadanos y no a los intereses económicos de algunos. Debemos cambiar nuestro sentido de país. Así podríamos volver en los señeros pasos que Balmaceda nos legó.
Para saber más:
- García-Huidobro, C. (1994) José Manuel Balmaceda. Idealista y realizador. Santiago: Zig-zag.
- Marín, S. (1901) Estudios de los ferrocarriles chilenos. Santiago: Imprenta Cervantes.
- Sagredo, R., (2014) Historia mínima de Chile, Ciudad de México: Colmex/Turner.