Por el historiador Nicolás Llantén
El futuro presidente Balmaceda, sin duda puede decirse que desarrolló un apego y un cariño entrañable para con sus hijos. Teniendo en consideración las proezas que significaba a mediados del siglo XIX traer hijos al mundo, a don José Manuel Balmaceda, la situación no fue distinta. Si bien el matrimonio con doña Emilia se había celebrado en 1865, no fue hasta 1868 que nacieron los primeros de sus ocho hijos, los cuales para desgracia del futuro presidente fallecieron muy jóvenes. Estos fueron María Emilia y Domingo Nicolás. El tercero de ellos, que daría que hablar por sus dotes artísticas sería el querido Pedro. Luego le seguirían María Elisa, Julia, María Catalina, Enrique y José Manuel. La familia de los Balmaceda Toro no era muy distinta de las familias aristocráticas de la época. Con una buena cantidad de hijos, y la búsqueda de promover en los niños los valores católicos y cristianos, (que tanto provenían de su padre como de su abuela), pero también de tener los mejores estudios posibles en esos tiempos, para que los niños tuvieran la mejor educación disponible.
Digno de mencionar, al menos en este punto es el caso de Pedro. El cual, desde muy pequeño tuvo una afección médica que le impidió jugar y desenvolverse como un niño más, sin embargo, en los libros y sus grandes dotes literarias, plasmó el intelecto y la sabiduría que pudo tener en los cortos años de vida que tuvo. Con anécdotas increíbles o amistades fabulosas como un joven y desconocido poeta llamado Rubén Darío, quién después sería conocido como el creador del modernismo en la poesía hispanoamericana. El joven Pedro trató de sobrellevar su enfermedad como pudo, pero a pesar de todo partió muy joven a los 21 años en 1889. El ya presidente Balmaceda quedó destrozado con la noticia. Tanto es así, que hizo un esfuerzo grande por recopilar y publicar la gran mayoría de los textos y escritos de Pedro, que son sin duda un testimonio ejemplar de incipiente intelectualidad chilena de la época. Del resto de los niños podemos decir que continuaron con el legado de su padre, sobre todo Enrique, de los más pequeños, quién perpetuó el legado político de su padre, estando vinculado al partido liberal y luego participando en diferentes cargos de los gobiernos sucesivos y convulsos de los primeros años del siglo XX. Falleció a la longeva edad de 82 años, en 1962.
Cuando sucedieron los problemáticos años de finales del gobierno de su padre, algunos muy pequeños, pero otros con gran tesón sin duda ayudaron en todo lo que pudieron la gestión del presidente, e incluso cuando la revuelta estalló en el norte, algunos de los varones, sin dudarlo, se enlistaron. Por fortuna, no tuvieron que enfrentar las acciones de batalla, sino seguramente habrían tenido consecuencias funestas para sus vidas.
En sus últimas horas, el afecto a sus hijos estaba más que presente en el derrocado presidente. Sin dejar de entrever su fuerte perturbación por dejarlos desamparados y sin su figura cercana, el presidente les dedicaba estas sinceras palabras en una de sus últimas cartas, dirigida a su amada Emilia:
“Es necesario consagrarse por completo a la educación práctica, religiosa y modo de ser de los hijos. Que todos sean buenos cristianos. Que obren siempre con moderación y no ofendan, ni hablen mal de nadie. Que olviden las ofensas de mis enemigos”.
Y en otro punto, con respecto a la terrible decisión que había tomado:
“Procedo tranquilamente y con la satisfacción de que mi sacrificio salvará el bienestar futuro de mis hijos”.
Tan alto y tan grande amor profesó el presidente a su progenie. Sin duda que lo hizo lo mejor que pudo, a pesar de ser tan tristemente tocado por la pronta partida de Pedro, el afecto y la devoción hacia ellos siempre se mantuvo, inconmensurable.