Por Nicolás Llantén
Como lo hemos podido ir visualizando, sin duda que la figura de José Manuel Balmaceda siempre provocó múltiples apreciaciones, principalmente por cuestiones de su fuerte carácter, lo cual no dejaba a nadie indiferente en su época.
Seguramente, y durante los tiempos de su infancia y adolescencia puede que haya tenido más de algún problema con algunas personalidades de su edad. Sin embargo, al iniciar su vida pública y principalmente por su afiliación al partido liberal, prontamente comenzaron a presentarse contrincantes. En un comienzo, ya siendo parte de las testeras ministeriales o bien como un periodista muy locuaz, se enfrentó contra la Iglesia por sus vínculos con el Estado. Luego con problemáticas políticas, como la reforma al sistema electoral, que permitiese unas elecciones verdaderamente democráticas. Siendo ya ministro del presidente Santa María, le tocó enfrentar las tensiones provocadas por conocidas como “Leyes Laicas”, que generaron una onda división entre los elementos más conservadores asociados a la Iglesia y aquellos reformistas que consideraban que la única manera de permitir un real desarrollo en el país, era desvinculándose de añejo legado colonial que significaba la institución eclesiástica.
En todas estas problemáticas, ya fuera como periodista, funcionario o ministro don José Manuel siempre salió airoso. Principalmente, ya que, a pesar de su fuerte carácter, el futuro presidente siempre buscó la concordia y el entendimiento, incluso con quiénes opinaban completamente distinto a él. No era una persona rencorosa. Pero si, implacable y con convicciones e ideales muy firmes, cuestión que, claro está, le pasaría la cuenta finalmente en sus años de gobierno.
Producto de sus experiencias renovadoras y su fuerte compromiso con el ideal liberal, sobre todo por su correlación entre política y economía, el presidente poco a poco fue azuzando el fuego de sus contrarios, con medidas que cada vez más se oponían con intereses partidarios y sociales que eran completamente anacrónicos. Personajes y sujetos que en un principio se presentaban como apoyos, finalmente fueron dándole vuelta la espalda, y para 1891, se ponía de moda en los campos de batalla de la cruenta guerra civil el “darse vuelta la chaqueta”. Claramente, por más irónico que parezca la referencia, es el mejor reflejo de lo que le aconteció al presidente. Y esta vez, de las cruentas rencillas no podría librarse. Así lo reflexionaba mientras redactaba sus últimas reflexiones:
Entre los más violentos perseguidores del día, figuran políticos de diversos partidos y a los cuales les colmé de honores, exalté y serví con entusiasmo. No me sorprende esta inconsecuencia ni la inconstancia de los hombres.
(…) Estoy fatalmente entregado a la arbitrariedad o a la benevolencia de mis enemigos, ya que no imperan la Constitución y las leyes. Pero ustedes saben que soy incapaz de implorar favor, ni siquiera benevolencia de hombres a quienes desestimo por sus ambiciones y falta de civismo.
Tal es la situación del momento en que escribo.
Mi vida pública ha concluido. Debo, por lo mismo, a mis amigos y a mis conciudadanos la palabra íntima de mi experiencia de mi convencimiento político.
Y así, al concluir con su vida, el presidente reflejaba en su ánimo también su bravura y elocuencia. Sus enemigos quizá habían ganado, pero su victoria era pírrica e ilegítima. Ya se habían plantado las semillas de los nuevos aires que el mismo, en su vida política había ayudado a surgir. Es así, como vemos, que recordamos hasta hoy al presidente mártir, más viven en la infamia los nombres de los supuestos revolucionarios que no cejaron en oponerse a los cambios.