Kevin Tarud.

Fundación Balmaceda.

         Chile ha gozado de un desarrollo económico y político estable durante los últimos años. Posee un crecimiento económico cercano al 4% y un ingreso per cápita de aproximadamente 18 mil dólares – cercano al de Portugal – lo que lo aproximaría al promedio de los países de la OCDE. Asimismo, el país se caracteriza por contar con instituciones relativamente sólidas, bajos índices de corrupción en los quehaceres políticos, y una tasa de pobreza que ha disminuido en los últimos diez años.

     No obstante lo anterior, aún existen situaciones que alejan al país de un desarrollo pleno, marcadas por la gran desigualdad económica – donde el 1% más rico posee un ingreso cuarenta veces mayor que el 81% de la población, según la encuesta Casen 2013 – la centralización, y los elevados aranceles en materias educacionales, de transporte y de salud. Estas problemáticas han sido el enfoque de distintas miradas, enfoques y proyectos políticos – destacándose, por ejemplo, los proyectos de reforma tributaria y educacional propuestas por la presidenta Michelle Bachelet – .

      Sin embargo, existe un eje que no ha sido objeto de tan encendidos debates, ni de políticas públicas muy eficientes. Es el ámbito del arte y la cultura. Ambos conceptos son de gran amplitud, alcances, y se resisten a ser encasillados en una denominación unívoca y totalizante. No obstante, hacen falta iniciativas – ya sea que provengan del sector privado o estatal – que posibiliten una apreciación de experiencias estéticas y culturales variadas, en un clima de libertad, sana convivencia y respeto por la diversidad. Es necesario comprender que la cuestión del desarrollo no pasa solo por los índices de competitividad económica y el progreso técnico, sino que también por contar con una ciudadanía culta y sensible, y que cuente con el dominio simbólico pertinente para decodificar productos culturales de distintos tipos, y en variados registros.

Principales desafíos: literatura, cine, museos.

        Una de las mayores dificultades en el plano cultural, es poder reencantar a la ciudadanía con el placer de la lectura. Según el último estudio de la Unesco, realizado el 2012, sólo un 7% de la población chilena encuestada aseveró leer por gusto o interés propio, contra un 41,4% que leyó por obligaciones laborales o académicas, y un 53,9% que simplemente no leyó ningún libro, durante un periodo de doce meses. Asimismo, según el mismo estudio, en Chile es donde menos se compran materiales impresos. Solo un 35% de los encuestados lo hace, versus el 57% que lo hace en España o el 56% en Argentina.

       Esta desafección por la lectura se traduce luego en vicios idiomáticos, pobreza de vocabulario, dificultades para expresar ideas o sentimientos, además de la falta de

comprensión lectora, la que – según el Consejo de la cultura – afecta al 84% de la población chilena. Este empobrecimiento léxico luego se patentiza en la comunicación mediante redes sociales y en dispositivos móviles, donde prima el principio de economización del logos, es decir, la subsunción de la gramática a los caracteres, generando muchas veces un discurso fragmentado, mutilado y apenas coherente.

         Es conveniente tomar en cuenta esta situación, ante la abundante proliferación de aparatos tecnológicos para la comunicación, ya que las nociones de democratización de la palabra, propugnadas por la filosofía liberal e ilustrada clásica, suponían que la gran masa de la población estaría versada en el arte de la palabra y que contaría, así, de una dimensión política y filosófica que serviría de contrapeso a la del progreso técnico. Si obliteramos la primera y nos centramos sólo en la segunda, reducimos paulatinamente al sujeto a un nivel de autómata, en lugar de una persona culta, crítica e informada.

         Otro espacio cultural importante según su alcance de públicos es el cine. En este ámbito, según un estudio realizado por el Consejo Nacional de Cultura este año, el 65% de los encuestados asistió por lo menos una vez al cine en los últimos doce meses. Esta cifra demuestra que la difusión cultural por imágenes es más popular y poderosa que la realizada mediante la imprenta. A ésta habría que sumarle el índice de consumo de televisión que, según el mismo estudio, es casi universal, alcanzando la cifra del 98.6% de la población encuestada. La cultura en imágenes se vuelve, por lo tanto, un agente clave y un punto de inversión cultural importante. En este punto, el desafío consiste en poder generar una industria audiovisual nacional, con un peso fuerte en la oferta cinematográfica. Al respecto, el estudio del Consejo referido al cine, muestra que el consumo se orienta en su mayoría a películas procedentes de Estados Unidos. Si bien esta situación se replica en la mayoría de los países de la OCDE, éstos poseen, al menos, una o dos películas de su producción nacional entre las diez películas más vistas de su cartelera cada mes.

      Por último, un eje importante es el que se refiere a la cultura patrimonial y a la tradición museística. A diferencia de los dos anteriores, este ámbito presenta mayores dificultades para garantizar un mayor acceso a los grandes públicos, sin embargo, constituye, de todas maneras, un referente cultural de proporciones, puesto que resguarda aquellos objetos y expresiones artísticas que representan – en menor o mayor medida – la estética e identidad de una cultura. Al respecto, el estudio cultural del Consejo de Cultura indicó que sólo el 20% visita museos o algún otro tipo de institución similar, como una fundación cultural. Al mismo tiempo, los museos e instituciones culturales no incurren mucho en prácticas de difusión cultural mediante nuevas tecnologías, lo que ayudaría a superar la barrera de acceso a éstas mismas.

      Si se ven avances en estas materias, Chile estaría optando por un modelo de desarrollo más armonioso, en donde podrían conjugarse tanto las vertientes económicas y técnicas, junto a las políticas y culturales. Para lograr, por lo tanto, el cumplimiento de estas iniciativas, es necesario que surjan intereses concernientes a la cultura, tanto del sector privado como del estatal. Desde una perspectiva liberal, no basta con que la sociedad cuente con individuos laboralmente eficientes, sino que con ciudadanos libres, cultos, informados y críticos. Generar políticas culturales de calidad es un buen camino para empezar.