Jean Masoliver A.

Cientista político

Fundación Presidente Balmaceda

 

«Los liberales creen en la economía mixta, en el Estado social, en el fin de la selección de alumnos en los colegios… y vamos a ir por ellos para tratar de convencerlos. El PRO es aliado del Partido Liberal y su diputado, Vlado Mirosevic, fue electo en nuestro pacto» Las palabras que Marco Enríquez-Ominami profirió en Qué Pasa son el non plus ultra de la confusión que la izquierda hace del liberalismo para beneficiarse políticamente. Decía Friedrich von Hayek en Camino de servidumbre que «para aquietar todas las sospechas y uncir a su carro al más fuerte de todos los impulsos políticos, el anhelo de libertad, el socialismo comenzó a hacer uso creciente de la promesa de una “nueva libertad”». Con esta reflexión espero responder a este flagrante agravio a las ideas del liberalismo y la libertad.

1. Los liberales no creen en la economía mixta puesto que si la idea máxima de libertad considerada es la libertad como no coacción hacia el individuo por parte de otros —inclusive la autoridad—, y considerando, además, que una economía mixta entiende al Estado como miembro activo de ésta, sería moralmente inaceptable que el Estado, en cuanto ente coactivo, entre a regular una situación de intercambio libre entre dos individuos. Además, si la idea de Enríquez-Ominami, como ha denotado en sus dos campañas, especialmente la del 2013, es la de un Estado empresario; convendría decir que son los ciudadanos quienes financiaran —mediante sus impuestos— dicha inversión. Inversión que, por lo demás, no asegura que tenga resultados favorables en términos económicos, puesto que el Estado, debido en parte a su burocracia, no tiene las herramientas para comportarse acorde con la velocidad propia de las dinámicas del mercado. Un Estado empresario o interventor atenta contra la libertad como no coacción.

2. Los liberales no creen en el Estado social por lo mismo dicho anteriormente. Es la ciudadanía y la sociedad espontáneamente ordenada quienes crean mecanismos para solucionar los problemas específicos de la misma sociedad. Ejemplos hay muchos: organizaciones de vigilancia vecinal, los bomberos, el Hogar de Cristo, la Teletón, y un largo etcétera de organizaciones que han venido a suplir el rol de un supuesto «Estado social». Una persona que defienda la libertad exigiría que con sus impuestos —de han de ser los mínimos, huelga decir— el Estado debe proteger la vida y la propiedad de quienes forman parte de su dispositivo coactivo. Todo lo demás, es redistribución. Redistribución es un atentado contra el derecho de propiedad. El Estado no puede obligar a ser solidario. Puede promover la solidaridad, pero no puede obligar, por medio de impuestos, a un individuo a ser «social».

3. Los liberales no creen en el fin de la selección así no más. Cuando se trata de colegios particulares, los liberales estarían en contra, puesto que muchas veces la

libertad de enseñanza pasa por dicha selección. Imagínese el lector un colegio administrado por la comunidad musulmana. Dicho colegio contempla que el Ramadán ha de ser cumplido a cabalidad en las horas adecuadas, con los ritos acordes con su propia creencia. Los padres que llevan ahí a sus hijos son igualmente musulmanes y están orgullosos de que sus hijos aprendan sus creencias. ¿Se le debe negar al colegio a seleccionar por religión a sus estudiantes, considerando además que si entrase un estudiante católico podría afectar la celebración del Ramadán? Lo mismo podría aplicar a otros tipos de colegios. Imagínese un liceo artístico que requiere que un estudiante demuestre sus capacidades para ingresar en él.

Enríquez-Ominami pervierte la idea de libertad, asociándola con el progresismo valórico. Quizás en eso tiene razón. Pero un liberal jamás estaría de acuerdo en que el libre intercambio de bienes, servicios y voluntades estaría en función de la ingeniería social que él promueve.