EL MERCURIO DE VALPARAÍSO

Valparaíso, domingo 11 de febrero de 1923

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EL MERCURIO DE VALPARAISO

Valparaíso, domingo 11 de febrero de 1923.

SE INAUGURO AYER EL MONUMENTO A BALMACEDA.

LA CEREMONIA EFECTUADA EN LOS PLACERES CON ASISTENCIA DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA.

El artístico busto erigido en memoria del ilustre Presidente. Personalidades que usaron de la palabra.- La obra de don José Manuel Balmaceda.- Fuerzas del ejército rindieron honores durante el acto.

Brillante y solemne fue el acto de la inauguración del primer monumento erigido en Chile al Presidente don José Manuel Balmaceda, y que se verificó ayer tarde en la Población Los Placeres, con la asistencia del Excelentísimo señor Alessandri.
El anuncio de este acto había despertado el más vivo y general entusiasmo, por corresponderle a Valparaíso, antes que a otra ciudad alguna de la República, el honor de rendir semejante homenaje al Ilustre mandatario.

Fue así que mucho antes de la hora anunciada para la ceremonia podía notarse ya un extraordinario movimiento en aquel populoso y progresista barrio.
Todo él se encontraba engalanado como en los más grandes días de festividades cívicas, ostentándose profusamente el pabellón nacional.

A la entrada de la subida Yolanda, inmediato a la Avenida España, se levanta un hermoso arco de la Junta Municipal de Vecinos de Los Placeres, que mereció muy favorables comentarios por su sencillez y buen gusto.
En las calles que conducen a la terraza Balmaceda se habían erigido otros arcos por el personal ferroviario de la 1 Zona y por el Cuerpo de Carabineros.

En cuanto a la terraza misma, presentaba el más bellísimo golpe de vista por su artístico arreglo.

LA CEREMONIA

Inmediatamente después de terminar, el Presidente de la República fue invitado a tocar un timbre eléctrico, con lo que quedó descubierta la figura del egregio1 estadista, inmortalizada en el bronce.
En ese momento la banda del Maipo rompió nuevamente con los acordes de la Canción Nacional, en medio de las entusiastas aclamaciones de la concurrencia.

Habló en seguida, el segundo alcalde don Alejandro Larrañaga, recibiéndose del monumento a nombre de la Municipalidad.
En medio de repetidas y entusiastas manifestaciones de aplausos, pronunció el discurso oficial del acto, el senador don Guillermo Rivera, especialmente encargado por la junta del monumento.

Esta notable pieza oratoria, en la que se hace un brillante juicio de la personalidad del gran mandatario, la damos más adelante.
En el programa figuraba como uno de los oradores el presidente del partido liberal democrático, senador don Enrique Zañartu, pero motivos de salud le impidieron venir a este puerto.

En su lugar, y a pedido expreso de la junta, habló el senador por el Maule don Héctor Zañartu, pronunciando un brillante discurso.
Usó después de la palabra el senador por Valparaíso, don Luis Garnham, a nombre del partido liberal aliancista.

El señor Claudio Vicuña pronunció el discurso que tambien damos en estas columnas, y que fue muy aplaudido.
El periodista obrero, don José María Pizarro habló en representación de la Sociedad de Repartidores José Manuel Balmaceda, haciendo entrega de una placa conmemorativa para el monumento.

En breves y elocuentes frases puso término al acto un representante de la Vieja Guardia de Balmaceda, institución de Santiago, que se hizo representar particularmente.

UNA VISITA

Terminado el acto oficial de inauguración del monumento, el Presidente de la República hizo una visita a los terrenos del ex Fuerte Pudeto, destinados actualmente a la construcción de la Escuela Técnica Industrial de Valparaíso.
Esta visita había sido gestionada y ya prometida por el Excelentísimo señor Alessandri al diputado radical por Talcahuano, señor Torreblanca, al prestigioso miembro del partido demócrata señor Julio Velasco G. y al secretario de la Comisión de Fomento de la misma escuela, a cargo actualmente de los terrenos, señor Julio M. de la Fuente.

S.E. prometió ocuparse empeñosamente por la pronta iniciación de los trabajos de la Escuela Técnica Industrial, estimando que ese establecimiento era de primera necesidad en Valparaíso, y que los terrenos elegidos reunían las mejores condiciones para el objeto.
En seguida S.E. y comitiva regresaron a Valparaíso.

LOS DISCURSOS

Damos a continuación algunos de los discursos pronunciados:

Don Guillermo Rivera:

Excmo. Señor, señores:


En el sentir de los pueblos, se anida siempre una tradición que perdura y que, a través de los tiempos, va eliminando todo lo que las pasiones del momento exageraron, ya sea en favor o en contra de los hombres, en aplauso o censura del acontecimiento.
Esa
[…] moral del individuo o del hecho, constituye la historia, que hace justicia y que falla, sin atender más que a la verdad.
En ocasiones, la sentencia tarda en pronunciarse, pero la resolución fatalmente viene y ella absuelve y ensalza, o condena y execra.
Mucho tiempo han permanecido entornadas las puertas de la justicia histórica para el egregio ciudadano, cuya noble efigie se reproduce en el bronce que acaba de descubrir el Primer Mandatario de la Nación: es esta la primera manifestación pública de respeto y admiración para un hombre que engrandeció a la República y que amó a su patria por sobre todas las cosas de la vida.
Balmaceda fue grande y bueno. Las delicadezas de su espíritu irradiaron siempre para bien de sus semejantes; por eso, tuvo amigos, y, también, por contradicción propia de la mentalidad y del ser humano, tuvo enemigos. Los primeros radicaron bien sus afectos, y que los segundos erraron, acaso por falta de comprensión de los sentimientos del eminente Mandatario: el holocausto de su existencia constituye la prueba plena de la equivocación de quienes lo combatieron.
La historia del Presidente Balmaceda es un libro lleno de fulgurantes destellos de talento, de sabiduría, de amor al país y de grandes concepciones de progreso en todos los órdenes de la actividad humana.
Fue el más sólido sostén de la independencia moral y de la libertad de conciencia de los chilenos y, así, lo demostró en la tribuna parlamentaria, en el periodo más importante de la acción legislativa del Congreso de Chile: los discursos del diputado por Carelmapu eran a la vez que la expresión más excelsa de la elocuencia ciceroniana, los nimbos de luz que, penetrando en los cerebros, hacían sentir la necesidad de colocar al país al nivel de las organizaciones políticas más adelantadas del orbe.
Desde su misión diplomática a la República Argentina, quedó señalado como un negociador hábil, lleno de sagacidad y energía, y para fortuna de Chile, era el ministro de Relaciones Exteriores cuando se iniciaron y concluyeron las conferencias de Viña del Mar, en las cuales se buscaba la terminación de la guerra de 1879.
Allí, con inteligencia y altivez, no superadas, planteo los derechos de la República en una forma que causó la admiración de los delegados norteamericanos Trescott y Blaine: que deseaban una solución favorable para el Perú, que ya había tenido las simpatías francas de dos ministros de los Estados Unidos en Lima.
Cuando se leen las actas de esas conferencias, cuando el pensamiento se retrotrae a aquellos delicados momentos, se aprecia en toda su espléndida magnitud la brillante habilidad, la suma destreza y la noble arrogancia del ministro de Chile.
Proclamado en Valparaíso, en enero de 1886, candidato a la Presidencia de la República, su programa de gobierno entusiasmó hasta el delirio y su elección se verificó, sin notables 
contradicciones, y dentro del concepto de que se elevaba a la Primera Magistratura a un ciudadano eminente que reunía los mayores méritos para regir los destinos del país.

Su labor fue maravillosa, amplia como su espíritu, y animada por la clara visión de un futuro venturoso.

Circuló por toda la República, como resultante de un sentimiento general, una corriente de bienestar y de confianza, cual nunca se ha experimentado, y que, tal vez, sea dicho con dolor, no volveremos a ver.
Las obras públicas se multiplicaron; numerosas vías férreas se proyectaron y comenzaron a ejecutarse, y el Longitudinal, realizado veinte años después por el gobierno del Excmo. Señor Montt, fue idea preconizada y muy sostenida por el gran Balmaceda.

Las instituciones armadas, la instrucción pública, la legislación, el aprovechamiento de los elementos de riqueza, todas, todas las fuerzas viva de la nación recibieron un aliento poderoso de avance hacia el perfeccionamiento, que imprimió a la administración Balmaceda el sello de esa mentalidad incomparable, que le hizo conquistar el cariño más profundo del pueblo, que vio asegurada su tranquilidad, merced al trabajo abundante y remunerador, fruto precioso del impulso dado por el Presidente a las actividades nacionales.

Serio conflicto internacional nubló nuestro horizonte político exterior en el mes de septiembre del año 1890, y, como siempre, el escollo fue salvado airosamente por el experto piloto; y dos meses después de producido, y ya en medio de una agitación interna siniestra, el pueblo pudo apercibirse de que los destinos de la nación continuaban confiados a las mejores manos.

En plena guerra civil, hubo de respetarse por las naciones extranjeras, en dos dificultades internacionales la obra patriótica, inspirada en la más pura dignidad del jefe de la nación. No es de puntualizar esos triunfos, porque no es el instante de turbar con celos retrospectivos, la serenidad de esta augusta ceremonia y la apoteosis inicial del chileno ilustre, que consagró la obra de Montt, Pérez, Errázuriz, Pinto y Santa María, haciendo alcanzar a la República el más alto grado de prestigio y de felicidad.

La consecuencia con sus doctrinas de gobierno, y de moral política, trajo como resultado su sacrificio. El vio que la inmensa mayoría del país era liberal, y no pudo admitir que participara del gobierno, la agrupación política que había combatido en el Parlamento desde su asiento de diputado y desde los bancos del gobierno.

Su amor a la causa liberal, lo ha señalado como el jefe más conspicuo del liberalismo nacional. Los que, conservando en lo más íntimo de nuestro corazón, un cariño inalterable por su personalidad sin mancha, formamos la colectividad disciplinaria de nuestro partido, nos inspiramos en su ejemplo, y, desde nuestras líneas de combatientes, tenemos siempre los ojos puestos en la enseña purísima, que Balmaceda hizo tremolar en el Congreso, en la prensa y en todas las manifestaciones de su acción incomparable, para honor y gloria de los partidos liberales cuya unión sincera fue su más persistente y sano empeño.

Su insignia no se abatió jamás en su empeño de agrupar a su alrededor a todos los componentes liberales de la República, y nuestro partido tiene que considerarlo como uno de sus fundadores, en su aspecto científico y progresista.
Las leyes civiles, que informan lo más querido de nuestros programas, son las aplicaciones de su talento y de sus elucubraciones de bien público, de armonía y de igualdad constitucional y moral de los chilenos.

Los que estuvimos a su lado, en los momentos de mayor ansiedad y angustia, sabemos que una palabra suya de benevolencia y de transacción, pudo allegarle el concurso, decisivo y poderoso, del partido conservador, y detener la ala fatídica, que hubiera de ahogar sus nobles  esfuerzos y de formar la barrera de contención del engrandecimiento creciente de la República.

Esa concepción del doctrinarismo liberal y de la lealtad política, lo sacrificó como gobernante, pero elevó su personalidad moral a limites que las pasiones del instante impidieron comprender, pero que la verdadera democracia considerará en la historia, como una de las más grandes virtudes del gran Mandatario.

Ese fue, por lo demás, el principio dirigente de toda su vida y puede decirse que ya en 1877, fijó en dos conceptos la norma de procedimiento moral de toda su actuación pública. Comenzaba la discusión de la ley de cementerios comunes. La combatieron, enérgica y agresivamente, en ovaciones brillantísimas, los diputados conservadores don José Clemente Fabres y don Ángel Custodio Vicuña, famosos por su talento y por su pericia parlamentaria. La primera respuesta de los defensores del proyecto la dio el diputado por Carelmapu, don José Manuel Balmaceda, en la sesión del 21 de agosto del año recordado, y, al terminar uno de los primeros periodos de su elocuentísimo discurso, dijo el insigne orador: “No queremos, ni defendemos, una ley de combate; deseamos y queremos, por el contrario, una solución de derecho, que sea igualdad ante la regla común, que sea libertad en el ejercicio del derecho individual”.

Don Ángel Custodio Vicuña interrumpe exclamando: “Entonces, estamos de acuerdo. Nosotros no queremos sino igualdad y libertad” y Balmaceda replica, en el acto: “Es, señor diputado, que nosotros no aceptamos la libertad con privilegios, ni la igualdad con maldiciones”

Una estruendosa salva de aplausos en los bancos de los diputados y en las tribunas y galerías, fue el preludio del tributo y veneración que la opinión pública rindió a las arrebatadoras palabras del diputado liberal; y quedó señalada la línea de acción del gran republico, que, acaso sin darse cuenta, y obedeciendo a un impulso de íntimos y arraigados convencimientos, había trazado en dos frases todo el programa de su fecunda acción política.

Quiso “la libertad sin privilegios” y por eso, fue un presidente justo y ecuánime; quiso “la igualdad sin maldiciones” y, por eso, no ha alcanzado jamás el pueblo un grado de más tranquila felicidad y de mayor confianza en el porvenir que durante su administración. Formulemos al pie de este monumento un anhelo y un voto: el anhelo de que las demás ciudades de la República rindan pronto un homenaje semejante al presente; y el voto de trabajar por la unión, sin exclusiones, de todos los elementos liberales del país, sin que entre ellos , haya más privilegio que los que otorgan las abnegaciones y los esfuerzos en pro del bien común.

Así, honraremos más en estos momentos de evolución social y política sus prácticas democráticas y sus visiones de grandeza y de prosperidad del pueblo chileno.
Esas fueron las aspiraciones que animaron a Balmaceda, y las mismas que envolvieron el alma de Claudio Vicuña y Manuel Arístides Zañartu, los dos más grandes ciudadanos que lo acompañaron, con lealtad y afecto sublimes, hasta los últimos instantes de su gobierno y que es justo que pueden, como lo están en esta primera muestra de cariño y de eterno recuerdo, asociados, perdurablemente, a su memoria.

Excmo. Señor, señores: los pueblos se engrandecen cuando honran a los ciudadanos que mejor los han servido. En la vida de Balmaceda no hay una sombra que empañe la pureza de su alma; no hay un acto que no fuera inspirado en el engrandecimiento de la patria; no hay una pasión que no se exhibiera como un símbolo de grandeza; y el ultimo arranque que privó a la República del aliento de su potente existencia, fue el tributo que él rindiera en homenaje a la paz y la armonía de sus conciudadanos, y a la tranquilidad de los que podían ser víctimas del respeto y amor con que aplicaban sus inspiraciones y de la fe con que seguían sus doctrinas y enseñanzas.

Un tercio de siglo ha pasado; la densa nube que forman las pasiones exaltadas, se ha disipado, y es hoy día forzoso reconocer y proclamar que todo mandatario supremo que se inspire en la obra y en el pensamiento del Presidente Balmaceda, hará la felicidad de la República.

Don Alejandro Larrañaga

Excmo. Señor, señores:


En el sentir de los pueblos, se anida siempre una tradición que perdura y que, a través de los tiempos, va eliminando todo lo que las pasiones del momento exageraron, ya sea en favor o en contra de los hombres, en aplauso o censura del acontecimiento.
Esa
[…] moral del individuo o del hecho, constituye la historia, que hace justicia y que falla, sin atender más que a la verdad.
En ocasiones, la sentencia tarda en pronunciarse, pero la resolución fatalmente viene y ella absuelve y ensalza, o condena y execra.
Mucho tiempo han permanecido entornadas las puertas de la justicia histórica para el egregio ciudadano, cuya noble efigie se reproduce en el bronce que acaba de descubrir el Primer Mandatario de la Nación: es esta la primera manifestación pública de respeto y admiración para un hombre que engrandeció a la República y que amó a su patria por sobre todas las cosas de la vida.
Balmaceda fue grande y bueno. Las delicadezas de su espíritu irradiaron siempre para bien de sus semejantes; por eso, tuvo amigos, y, también, por contradicción propia de la mentalidad y del ser humano, tuvo enemigos. Los primeros radicaron bien sus afectos, y que los segundos erraron, acaso por falta de comprensión de los sentimientos del eminente Mandatario: el holocausto de su existencia constituye la prueba plena de la equivocación de quienes lo combatieron.
La historia del Presidente Balmaceda es un libro lleno de fulgurantes destellos de talento, de sabiduría, de amor al país y de grandes concepciones de progreso en todos los órdenes de la actividad humana.
Fue el más sólido sostén de la independencia moral y de la libertad de conciencia de los chilenos y, así, lo demostró en la tribuna parlamentaria, en el periodo más importante de la acción legislativa del Congreso de Chile: los discursos del diputado por Carelmapu eran a la vez que la expresión más excelsa de la elocuencia ciceroniana, los nimbos de luz que, penetrando en los cerebros, hacían sentir la necesidad de colocar al país al nivel de las organizaciones políticas más adelantadas del orbe.
Desde su misión diplomática a la República Argentina, quedó señalado como un negociador hábil, lleno de sagacidad y energía, y para fortuna de Chile, era el ministro de Relaciones Exteriores cuando se iniciaron y concluyeron las conferencias de Viña del Mar, en las cuales se buscaba la terminación de la guerra de 1879.
Allí, con inteligencia y altivez, no superadas, planteo los derechos de la República en una forma que causó la admiración de los delegados norteamericanos Trescott y Blaine: que deseaban una solución favorable para el Perú, que ya había tenido las simpatías francas de dos ministros de los Estados Unidos en Lima.
Cuando se leen las actas de esas conferencias, cuando el pensamiento se retrotrae a aquellos delicados momentos, se aprecia en toda su espléndida magnitud la brillante habilidad, la suma destreza y la noble arrogancia del ministro de Chile.
Proclamado en Valparaíso, en enero de 1886, candidato a la Presidencia de la República, su programa de gobierno entusiasmó hasta el delirio y su elección se verificó, sin notables 
contradicciones, y dentro del concepto de que se elevaba a la Primera Magistratura a un ciudadano eminente que reunía los mayores méritos para regir los destinos del país.

Su labor fue maravillosa, amplia como su espíritu, y animada por la clara visión de un futuro venturoso.

Circuló por toda la República, como resultante de un sentimiento general, una corriente de bienestar y de confianza, cual nunca se ha experimentado, y que, tal vez, sea dicho con dolor, no volveremos a ver.
Las obras públicas se multiplicaron; numerosas vías férreas se proyectaron y comenzaron a ejecutarse, y el Longitudinal, realizado veinte años después por el gobierno del Excmo. Señor Montt, fue idea preconizada y muy sostenida por el gran Balmaceda.

Las instituciones armadas, la instrucción pública, la legislación, el aprovechamiento de los elementos de riqueza, todas, todas las fuerzas viva de la nación recibieron un aliento poderoso de avance hacia el perfeccionamiento, que imprimió a la administración Balmaceda el sello de esa mentalidad incomparable, que le hizo conquistar el cariño más profundo del pueblo, que vio asegurada su tranquilidad, merced al trabajo abundante y remunerador, fruto precioso del impulso dado por el Presidente a las actividades nacionales.

Serio conflicto internacional nubló nuestro horizonte político exterior en el mes de septiembre del año 1890, y, como siempre, el escollo fue salvado airosamente por el experto piloto; y dos meses después de producido, y ya en medio de una agitación interna siniestra, el pueblo pudo apercibirse de que los destinos de la nación continuaban confiados a las mejores manos.

En plena guerra civil, hubo de respetarse por las naciones extranjeras, en dos dificultades internacionales la obra patriótica, inspirada en la más pura dignidad del jefe de la nación. No es de puntualizar esos triunfos, porque no es el instante de turbar con celos retrospectivos, la serenidad de esta augusta ceremonia y la apoteosis inicial del chileno ilustre, que consagró la obra de Montt, Pérez, Errázuriz, Pinto y Santa María, haciendo alcanzar a la República el más alto grado de prestigio y de felicidad.

La consecuencia con sus doctrinas de gobierno, y de moral política, trajo como resultado su sacrificio. El vio que la inmensa mayoría del país era liberal, y no pudo admitir que participara del gobierno, la agrupación política que había combatido en el Parlamento desde su asiento de diputado y desde los bancos del gobierno.

Su amor a la causa liberal, lo ha señalado como el jefe más conspicuo del liberalismo nacional. Los que, conservando en lo más íntimo de nuestro corazón, un cariño inalterable por su personalidad sin mancha, formamos la colectividad disciplinaria de nuestro partido, nos inspiramos en su ejemplo, y, desde nuestras líneas de combatientes, tenemos siempre los ojos puestos en la enseña purísima, que Balmaceda hizo tremolar en el Congreso, en la prensa y en todas las manifestaciones de su acción incomparable, para honor y gloria de los partidos liberales cuya unión sincera fue su más persistente y sano empeño.

Su insignia no se abatió jamás en su empeño de agrupar a su alrededor a todos los componentes liberales de la República, y nuestro partido tiene que considerarlo como uno de sus fundadores, en su aspecto científico y progresista.
Las leyes civiles, que informan lo más querido de nuestros programas, son las aplicaciones de su talento y de sus elucubraciones de bien público, de armonía y de igualdad constitucional y moral de los chilenos.

Los que estuvimos a su lado, en los momentos de mayor ansiedad y angustia, sabemos que una palabra suya de benevolencia y de transacción, pudo allegarle el concurso, decisivo y poderoso, del partido conservador, y detener la ala fatídica, que hubiera de ahogar sus nobles  esfuerzos y de formar la barrera de contención del engrandecimiento creciente de la República.

Esa concepción del doctrinarismo liberal y de la lealtad política, lo sacrificó como gobernante, pero elevó su personalidad moral a limites que las pasiones del instante impidieron comprender, pero que la verdadera democracia considerará en la historia, como una de las más grandes virtudes del gran Mandatario.

Ese fue, por lo demás, el principio dirigente de toda su vida y puede decirse que ya en 1877, fijó en dos conceptos la norma de procedimiento moral de toda su actuación pública. Comenzaba la discusión de la ley de cementerios comunes. La combatieron, enérgica y agresivamente, en ovaciones brillantísimas, los diputados conservadores don José Clemente Fabres y don Ángel Custodio Vicuña, famosos por su talento y por su pericia parlamentaria. La primera respuesta de los defensores del proyecto la dio el diputado por Carelmapu, don José Manuel Balmaceda, en la sesión del 21 de agosto del año recordado, y, al terminar uno de los primeros periodos de su elocuentísimo discurso, dijo el insigne orador: “No queremos, ni defendemos, una ley de combate; deseamos y queremos, por el contrario, una solución de derecho, que sea igualdad ante la regla común, que sea libertad en el ejercicio del derecho individual”.

Don Ángel Custodio Vicuña interrumpe exclamando: “Entonces, estamos de acuerdo. Nosotros no queremos sino igualdad y libertad” y Balmaceda replica, en el acto: “Es, señor diputado, que nosotros no aceptamos la libertad con privilegios, ni la igualdad con maldiciones”

Una estruendosa salva de aplausos en los bancos de los diputados y en las tribunas y galerías, fue el preludio del tributo y veneración que la opinión pública rindió a las arrebatadoras palabras del diputado liberal; y quedó señalada la línea de acción del gran republico, que, acaso sin darse cuenta, y obedeciendo a un impulso de íntimos y arraigados convencimientos, había trazado en dos frases todo el programa de su fecunda acción política.

Quiso “la libertad sin privilegios” y por eso, fue un presidente justo y ecuánime; quiso “la igualdad sin maldiciones” y, por eso, no ha alcanzado jamás el pueblo un grado de más tranquila felicidad y de mayor confianza en el porvenir que durante su administración. Formulemos al pie de este monumento un anhelo y un voto: el anhelo de que las demás ciudades de la República rindan pronto un homenaje semejante al presente; y el voto de trabajar por la unión, sin exclusiones, de todos los elementos liberales del país, sin que entre ellos , haya más privilegio que los que otorgan las abnegaciones y los esfuerzos en pro del bien común.

Así, honraremos más en estos momentos de evolución social y política sus prácticas democráticas y sus visiones de grandeza y de prosperidad del pueblo chileno.
Esas fueron las aspiraciones que animaron a Balmaceda, y las mismas que envolvieron el alma de Claudio Vicuña y Manuel Arístides Zañartu, los dos más grandes ciudadanos que lo acompañaron, con lealtad y afecto sublimes, hasta los últimos instantes de su gobierno y que es justo que pueden, como lo están en esta primera muestra de cariño y de eterno recuerdo, asociados, perdurablemente, a su memoria.

Excmo. Señor, señores: los pueblos se engrandecen cuando honran a los ciudadanos que mejor los han servido. En la vida de Balmaceda no hay una sombra que empañe la pureza de su alma; no hay un acto que no fuera inspirado en el engrandecimiento de la patria; no hay una pasión que no se exhibiera como un símbolo de grandeza; y el ultimo arranque que privó a la República del aliento de su potente existencia, fue el tributo que él rindiera en homenaje a la paz y la armonía de sus conciudadanos, y a la tranquilidad de los que podían ser víctimas del respeto y amor con que aplicaban sus inspiraciones y de la fe con que seguían sus doctrinas y enseñanzas.

Un tercio de siglo ha pasado; la densa nube que forman las pasiones exaltadas, se ha disipado, y es hoy día forzoso reconocer y proclamar que todo mandatario supremo que se inspire en la obra y en el pensamiento del Presidente Balmaceda, hará la felicidad de la República.

Don Ismael Vargas Salcedo

Excmo. Señor Presidente, señores:


Hace dos años, en un ambiente de sencillez admirable, con los niños de nuestras escuelas, con ciudadanos patriotas y un grupo selecto de maestros, pusimos en compañía del alcalde de esta ciudad, la primera piedra de este monumento, que, elevado en homenaje al gran

repúblico don José Manuel Balmaceda, se alza hoy como la expresión grata de sus conciudadanos y como una lección permanente para viejos y jóvenes.
La idea de consagrar en el bronce y el granito esta hermosa cabeza pensadora, reconoce su origen en el amor a su patria de algunos amigos que, reunidos en noche sosegada y luminosa en esta misma puntilla al mirar con inquietud el porvenir de nuestro país, traían en brillante desfile de recuerdos, hombres y hechos que pasaron por la vida de la República, dejando un acervo de dolor y experiencia, que era razonable recoger.

El nombre de Balmaceda, su vida entera, con sus simpatías irresistibles, con su gallarda altivez de luchador y apóstol, vibró en un santo recuerdo; la idea cayó en terreno noble, en donde los sinsabores de nuestra gestión republicana, se transforman y se desdoblan en un elevado espíritu de crítica y de análisis, que busca en los hechos, en sus causas y sus efectos, la resultante orientadora que da rumbos ciertos a la Nación.

Los ciudadanos, los vecinos de esta población, todos los que hemos aportado nuestra ayuda a la realización de aquel alto sentido de justicia, que el tiempo ha cristalizado en este fraternal pensamiento que nos une a todos, viejas y nuevas generaciones, al pie de la primera estatua que en Chile se levanta al egregio ciudadano, estamos consagrando, ante la presencia soberana del Presidente de Chile, Excmo. Señor Arturo Alessandri, y las más destacadas personalidades de nuestras actividades administrativas, sociales y políticas, el ideal como principio de nuestra vida ciudadana.

Aquí, señores, no vienen las pasiones de grupos o partidos a chocar en mutuos reproches; los recuerdos llegan y se detienen bajo la mirada eternamente promisora de Balmaceda, para hacernos más hermanos en un dolor común de la República; aquí no hay banderas; Balmaceda pertenece a la Historia y se incorpora por un hondo sentimiento de justicia colectiva en el Partenón de los hijos predilectos de Chile.

Al colocar la primera piedra en este monumento, en medio de la emoción de todos, quedaron para siempre sepultados los recelos de ayer; las amarguras de los esfuerzos heroicos; los gestos de los guerreros y las pasiones que agitaron convulsivamente hace 31 años al país, porque por sobre todo, aconchada por el tiempo, la tolerancia y la benevolencia que brilla como un faro salvador en el fondo del corazón humano, teníamos presente la visión trágica de un chileno, privilegiado de la naturaleza, que se entregaba todo entero en holocausto de un ideal político y abrazado a la bandera común que había amado por sobre toda las cosas de la vida.

Era la continuación de un pasado glorioso de la República, en su nobilísimo afán de libertad y justicia.
Nunca en mi patria se ha derramado sangre chilena por caudillos o por hombres; hemos sido valientemente pródigos de sacrificios por el triunfo de ideales y principios.

Los de uno y otro bando, no tenían otro ideal que el amor y el progreso de esta buena y noble tierra chilena que nos meció en su cuna, nos acarició en la niñez, y nos ofrece, como madre cariñosa, el regazo sonriente en su amoroso seno para el descanso definitivo.
Benditos los pueblos, Excmo. señor, que hacen su jornada de progreso con tan elevados ideales. Felices los pueblos que sin olvidar las lecciones de la Historia, pueden agruparse, después de las congojas y pasada la tormenta como hermanos de una misma tierra, cuyo amor tiene la gran virtud de matar el odio estéril y hacernos caminar por un terreno común, con las manos leal y sinceramente entrelazadas.

Señores:
En nombre de los vecinos de Valparaíso, y por el alto conducto del señor alcalde de esta ciudad, entrego, como una lección objetiva para grandes y chicos, este monumento, que

perpetuará materialmente el culto de amor y de respeto que nuestros conciudadanos guardaban en su corazón, en un dulce velar hacia la memoria veneranda de José Manuel Balmaceda.
Al recordarlo hoy, en la solemnidad de este día histórico, sentimos como lo expresó momentos antes de abandonar el mundo, en su gesto epopéyico: “que su espíritu con sus más delicados afectos, este en medio de nosotros”.

He dicho.

Don Claudio Vicuña

Fácil os será comprender, señores, que a pesar de este instante solemne a que asistimos, no pueda yo levantar mi voz, tan alto como quisiera, y dejar que la palabra y el pensamiento recorran conmovidos los treinta y tres años que nos separan de esos días, cuando siento embargada mi voz y abatido mi espíritu por el peso de una honda desgracia.

Séame permitido decir que el consorcio, noblemente patriótico, de estos tres ciudadanos: Balmaceda, Vicuña y Zañartu, fue el que encausó los principios que significaron amor al orden y al prestigio de la autoridad que cimentaron los viejos gobiernos de la República.
A mi padre le cupo en suerte ser, si no su más fuerte apoyo, al menos el más decidido y valeroso sostenedor del régimen . Le dio su corazón y su persona toda al servicio de esa causa que ahora, más que nunca amamos, y que, más que nunca reclamamos para el bien y la prosperidad de la patria.

No nos acordemos ahora de aciagos días; no, tampoco de los sufrimientos arrastrados en el destierro.
La grandeza de la causa tan desinteresadamente sostenida nos indemniza demasiado de las penalidades de entonces.

Me resta todavía el dolor de expresar que el ultimo pensamiento de mi madre, desaparecida ayer, vivió ligado a este bronce, si queréis humilde, pero de tan inmensa elocuencia.
Ella, como nosotros; nosotros como mi padre, venimos aquí a inclinarnos ante este altar de la justicia histórica, reconciliados con el pasado y seguro de que sus bellos ejemplos, de amor y de patriotismo, nos han de guiar por el luminoso sendero del porvenir.

Hacéis muy bien, Excelentísimo Señor, de venir a presenciar este acto que significa la gratitud de los obreros que forjaron con su ahorro y con su brazo este símbolo de ciudadanas virtudes y de los patrióticos desvelos que tuvo Balmaceda por su pueblo.

Adhesiones

 

 

Entre muchas otras adhesiones, la junta ejecutiva del Monumento Balmaceda recibió las siguientes comunicaciones:
Alejandro Larrañaga y Julio M. de la Fuente – Valparaíso
Celebro con toda mi alma que sea la viril Valparaíso la primera en erigir un monumento a la memoria del gran Balmaceda, el más esclarecido de los presidentes chilenos su vida y sus obras son una enseñanza perenne de su amor a la patria y a la democracia.-
Guillermo Bañados.

Valparaíso, febrero 10 de 1923.

Muy señor mío:


Debiendo ausentarme de Valparaíso por el día de hoy, por tener compromisos anteriores ineludibles, me veo muy a mi pesar, obligado a privarme del placer de asistir a la inauguración solemne del monumento al ilustre Presidente don José Manuel Balmaceda, que se verificará hoy.
Apreciando debidamente el justo homenaje que se le rinde a uno de los más preclaros mandatarios que ha tenido nuestro país, el directorio departamental reunido extraordinariamente anoche acordó nombrar una comisión de su seno para que lo represente en este solemne acto.
Con sentimientos de nuestro más distinguida consideración, le saludan atentamente sus afmos. y S.S –
Carlos E. Lyon, presidente.- L.H. Miranda. Secretario.