Por Marcelo Estrella Riquelme

Dentro de los principales hechos que han remecido al panorama internacional, sin duda, el más importante del último tiempo es la ola de protestas que han afectado al mundo Árabe, fenómeno conocido como la Primavera Árabe. Este fenómeno, en el que manifestantes de diversos sectores se han unido, para provocar un cambio político, se ha extendido por el mundo Árabe, provocando la caída de tres regímenes hasta la fecha: Libia, Túnez y Egipto.

Tras la caída de Gaddafi en Libia a fines de octubre, la atención se ha centrado en el conflicto en Siria. Este país vive desde marzo una serie de protestas, que debido a la represión, han derivado en un conflicto interno que podría terminar en una guerra civil. La trascendencia de esta crisis se explica, por un lado, por la importancia geoestratégica de la zona, y por otro lado, es interesante indagar en cómo un régimen fuertemente autoritario, en un contexto de conflictividad religiosa y étnica, se enfrenta a una fuerte presión por reformas democráticas y de cambio de régimen.

La democracia se ha asumido como un valor político universal, y como tal se ha tratado de difundir a través del mundo, especialmente por parte de las potencias occidentales, que como discurso normativo abrazan los valores de la democracia y la autoexpresión de los individuos, como valores intransables que raerán paz y estabilidad al planeta. Pero a pesar de esto, existen varias zonas en el mundo, que aún no se han hecho parte de estos valores, lo cual se puede
explicar por una interacción de varios factores, siendo los principales, diferencias culturales como la religión y diversas formas de concebir la autoridad que datan de tradiciones muy antiguas.

Pero otra causa muy importante, es que a pesar del discurso normativo que occidente trata de defender, grandes potencias, especialmente Estados Unidos y la comunidad internacional en general, no han actuado en la práctica para defender estos valores, defendiendo muchas veces a regímenes no democráticos porque éstos se ofrecen como aliados útiles a sus propios intereses de seguridad internacional e influencia geoestratégica en diversas regiones del mundo. Esta misma situación de doble discurso o ambigüedad si se quiere, por parte de los principales actores internacionales
especialmente Estados Unidos y sus aliados europeos, ha hecho que muchas veces, varios regímenes se radicalicen y procuren una total oposición a todo lo que se relacione de algún modo con la “forma de vida occidental”.

A pesar de lo descrito anteriormente, es posible evidenciar que los valores modernos de la autoexpresión, el laicismo y la democracia entre otros, los cuales son generalmente promovidos y defendidos por occidente en general, han llegado
a sociedades tradicionalistas con fuerte influencia religiosa, muchas de las cuales han llevado a cabo revoluciones y levantamientos, tanto pacíficos como armados, contra regímenes que son contrarios a dichos valores. Este es el caso de Siria, donde la sociedad motivada por ideas democráticas, levanta la voz y demanda a la autoridad una transformación que responda a lo que ellos creen que son las verdaderas necesidades políticas del país.

Esta situación, evidencia un cambio de mentalidad lo suficientemente grande como para buscar por medios pacíficos la
deposición de un régimen que lleva en el poder más de cuarenta años, el cual desde su ascenso mediante un golpe militar ha vivido escazas transformaciones. Este es un momento clave para el mundo árabe y para Siria en particular,
ya que la primavera árabe ofrece un nuevo horizonte donde se vislumbra un cambio que podría ser profundo en la vida política de varios países. Sin embargo el panorama no es simple de evaluar, ya que en Siria, el régimen se está comportando cada vez de manera más represiva, con un uso de la fuerza desmedido, lo que está provocando que lo que en un comienzo eran protestas y manifestaciones pacíficas, se vaya transformando en un conflicto interno con una
cantidad de muertes lamentable. Todo esto incluso a pesar de la condena que la comunidad internacional, incluso la misma Liga Árabe ha expresado ante el uso de la violencia por parte de la autoridad siria.

Esta crisis que se vive en varios países árabes y en Siria en particular, le presenta a la comunidad internacional un reto difícil y necesario de atender, ya que los niveles de violencia y la gran cantidad de víctimas que se cuentan actualmente, son factores que debiesen mover al resto del mundo, a través de los mecanismos diseñados para esto, hacia una intervención más enérgica y decidida de lo que hemos visto hasta ahora.

Recordemos que ya van casi diez meses desde el inicio de las manifestaciones, y que otros países que pasaron por situaciones parecidas ya han llegado a algún grado de resolución de sus conflictos, por lo que es claro que el mundo no puede quedarse de brazos cruzados, sino que debe atender el llamado de un país que busca una transformación política, pero que la violencia no ha dejado espacio al sano debate político, y que por el contrario, ha separado nefastamente a un pueblo que debe encontrar un camino propio para seguir adelante luego de manifestar expresamente su deseo de replantear la estructura de su autoridad. Este es el momento de no quedarse sólo en los discursos y mostrar una real preocupación por la defensa de la democracia y la libre expresión y determinación de los
pueblos.

Sería catastrófico que esta situación de conflictividad y violencia se extendiera mucho más, puesto que de ser así, es muy posible que se transforme en una guerra civil muy difícil de resolver, ya que una vez que un país cae en situación de guerra interna, la división social que esto acarrea, sumado a la destrucción material y humana, provocarían que una real salida al conflicto requiriera de un esfuerzo tremendo que sumergiría a Siria en una situación de inestabilidad y estancamiento. Es urgente detener la escalada actual de violencia, especialmente por parte de la autoridad, para de ésta forma buscar soluciones menos costosas, tanto materiales como humanas